Puedo escribir esto con firmeza y convicción, porque yo estuve ahí.
Yo también fui parte, sin saberlo, de lo que hoy muchos llaman “nueva era”.

No era que yo me levantara cada día pensando en seguir ese camino. Simplemente era conveniente creer eso.
Participaba de prácticas que se ven como “espirituales”, “neutrales” o incluso “positivas”:
yoga, cartas de tarot, vidas pasadas, horóscopos, cristales, sanaciones alternativas, maestros ascendidos…Me involucré cada vez más en estas ideas de “paz interior”, de sanar a la gente, del “yo”, de “mis sueños”, de todos los mantras y afirmaciones que comenzaban con “yo” o “mi”. Hoy me doy cuenta de lo egoístas y egocéntricas que son las frases populares de la nueva era. Fomentan el empoderamiento, alimentan el ego y te hacen creer que puedes ser como un dios por ti mismo. Fue una gran trampa en la que caí y que creí, porque el “mundo” me lo enseñaba y me lo mostraba constantemente. Lamentablemente, hoy en día esta filosofía está atrayendo cada vez más seguidores en todo el mundo.
Por eso quiero compartir mi testimonio, porque Dios nos salvó a mi hermana y a mí, y también quiere salvarte a ti, a tus amigos y familiares que están siendo engañados.
“Me buscarán y me encontrarán cuando me busquen de todo corazón; me dejaré encontrar”, afirma el Señor. “Los haré volver del cautiverio, los reuniré de todas las naciones y de todos los lugares a donde los haya dispersado, y los haré volver al lugar del cual los deporté”, así lo declara el Señor.”
– Jeremías 29:13-14

Todo eso parecía inofensivo, hasta interesante. Además, era más fácil hablar de eso con la gente que hablar de Jesús.
Porque cuando hablás de Jesús, incomodás.
Pero cuando hablás de “energía”, “universo”, “alineación” o “karma”, todo el mundo te escucha y asiente.
Se volvió normal. Y por eso, más peligroso.

Un día, mi hermana empezó a ir a una iglesia. Me regaló una Biblia.
Yo sentí que le estaban lavando el cerebro.
Pensé: yo tengo razón, ella está confundida.
Entonces dije: “Como ella me regaló una Biblia, la voy a leer… pero para demostrarle que estoy en lo cierto. Que Dios es amor, que todas las religiones llevan al mismo lugar, que lo que yo creo está bien”.
Pero Dios tenía otros planes.
La Biblia dice:
“Mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Oseas 4:6).
Y también:
“El diablo vino a robar, matar y destruir” (Juan 10:10).
Yo estaba ciega. Engañada.
Creía estar bien, pero estaba perdida.
Gracias a Dios, dentro mío seguía ardiendo una necesidad genuina de buscar la verdad.
Y aunque al principio creía que iba a tener razón, la Palabra me confrontó.
Fue como caer del caballo, como Pablo en el camino a Damasco.
Leí la Biblia completa, desde el principio hasta el fin, durante seis meses.
Y poco a poco, la Verdad empezó a hablarme.
Empecé a escuchar a Dios.
Sentí convicción.
Y recibí discernimiento.
Ese día supe que todo lo que había creído era una mentira.
Y entonces tomé una decisión: tiré todo lo que tenía relacionado con la nueva era.
Cristales, cartas, libros, símbolos, amuletos, cuadernos.
No quise dejar ningún objeto que representara un pacto o una puerta abierta.
Sabía que Jesús no quería un corazón dividido.
¿Por qué son peligrosas estas prácticas?
¿Por qué decidí tirar todo?
Porque estas prácticas no vienen de Dios, sino del enemigo, que es experto en confundirnos y engañarnos. Él nos mantiene cautivos en mentiras que parecen inofensivas, bonitas, incluso “espirituales”… y por eso, cuesta más salir de ellas, porque creemos que estamos haciendo lo correcto.
Pero la verdad es que estas prácticas abren puertas al enemigo.
Sustituyen a la verdadera fuente de sanación y restauración, que es Jesús.
Nos hacen creer que el poder está en nosotros mismos —en nuestro “yo superior”— o en las manos de otra persona, en los cristales, en los rituales.
Reemplazan al único intercesor verdadero, Jesús, por santos, maestros ascendidos, invocaciones de ángeles, deidades orientales…


Nos desvían a buscar paz en fuentes equivocadas.
Nos invitan a beber de aguas estancadas, en lugar del agua viva que solo Jesús puede ofrecer.
“Todo el que beba de esta agua volverá a tener sed —respondió Jesús—, pero el que beba del agua que yo le daré no volverá a tener sed jamás, sino que dentro de él esa agua se convertirá en un manantial que brotará dándole vida eterna.” – Juan 4:13-14
Solo Jesús tiene el poder para sanar, restaurar, liberar, transformar, hacer milagros, darnos paz verdadera, mostrarnos el camino al Padre… y asegurar nuestra vida eterna.
“Porque hay un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres: Jesucristo hombre.” –1 Timoteo 2:5
“…y sanó a todos los enfermos. Esto fue para que se cumpliera lo dicho por el profeta Isaías: ‘Él tomó nuestras enfermedades y cargó con nuestras dolencias.’” Mateo 8:16-17
Hoy puedo decir con claridad:
No todo lo que parece bueno viene de Dios.
Lo que es espiritual no siempre es bueno.
Y lo que es popular no siempre es verdad.
Jesús es el camino, la verdad y la vida.
Y no hay otro nombre en el que podamos ser salvos.
Creo que Dios vio en nosotras, y también ve en ti, un profundo deseo de ayudar a los demás, de hacer algo bueno en la vida y de dejar un legado positivo. Es una intención noble, pero a menudo acompañada de acciones equivocadas porque seguimos un camino sin Dios, un camino donde nos guiamos por nuestras propias fuerzas.
El camino sin Dios no conduce al éxito verdadero. No es el éxito que el mundo define, sino el éxito que trasciende: el de la vida eterna.
Sin embargo, Él, en su amor infinito, nos ofrece su Gracia y Salvación. Pero ahora depende de nosotros tomar una decisión: cambiar, renovarnos, nacer de nuevo en Cristo, y lanzarnos con fe al río de Dios, donde hay vida, propósito y verdadera plenitud.
Flay 🐝

“Pido que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre glorioso, les dé el Espíritu de sabiduría y de revelación, para que lo conozcan mejor. Pido también que les sean iluminados los ojos del corazón para que sepan a qué esperanza él los ha llamado, cuál es la riqueza de su gloriosa herencia entre pueblo santo, y cuán incomparable es la grandeza de su poder a favor de los que creemos. Ese poder es la fuerza grandiosa y eficaz que Dios ejerció en Cristo cuando lo resucitó de entre los muertos y lo sentó a su derecha en las regiones celestiales, muy por encima de todo gobierno y autoridad, poder y dominio, y de cualquier otro nombre que se invoque, no solo en este mundo, sino también en el venidero. Dios sometió todas las cosas al dominio de Cristo y lo dio como cabeza de todo a la iglesia. Esta, que es su cuerpo, es la plenitud de aquel que lo llena todo por completo.”
Efesios 1:17-23


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